Andrés Fábregas Puig
Colegio de Jalisco
Hemos construido el país a partir del planteamiento de ser mestizos, portadores de una cultura nacional, en la que se apoya la solidez de la sociedad. Aun los pueblos indios -decía Aguirre Beltrán- son mestizos y portan un mayor número de rasgos mestizados que características de su pasado prehispánico. Con mayor precisión, dicho autor apuntaba que los pueblos indios eran comunidades mestizas hablantes de lenguas vernáculas. Los regímenes de gobierno surgidos de la revolución de 1910 heredaron el planteamiento de que para forjar una nación en el contexto de una sociedad de matriz colonial como la mexicana, era indispensable una política integrativa, homogeneizadora de la población en torno a un proyecto llamado México. Este aspecto es clave para comprender que la política indigenista es un diseño de Estado, puesto en práctica por los gobiernos sucesivos del país en busca de la modificación de las formas de sociedad y de cultura de los pueblos indios, de sus hábitos económicos, para hacerlos congruentes con los patrones del desarrollo concreto de México. Las luchas contracoloniales que han forjado la nación (y el movimiento de 1910 tuvo también su dosis anticolonialista) alimentaron el planteamiento de la necesaria homogeneización del país, e hicieron sinónimos integración y unicidad cultural.
Dadas las características de las disciplinas antropológicas, en ellas encontró el Estado nacional el instrumento para diseñar una acción de Estado hacia los pueblos indios, dentro de los parámetros del nacionalismo mexicano reformulado por el movimiento de 1910.1
Durante la presidencia del general Lázaro Cárdenas surgieron instituciones modeladas por los antropólogos (en su más amplia acepción) para poner en práctica la parte que les tocaba dentro de la política integrativa (de integrar la nación) diseñada por los estadistas de la Revolución mexicana. Esas instituciones son: el Instituto Nacional Indigenista (ini), el Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah, hoy incorporado al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes) y la Escuela Nacional de Antropología e Historia (enah, incorporada al inah). Una figura dominó en aquellos momentos la práctica de la antropología como programa de gobierno para integrar a los pueblos indios: Alfonso Caso, arqueólogo, historiador, etnólogo y político. Asumiendo los parámetros del nacionalismo mexicano reformulado por la revolución, Caso diseñó la antropología como instrumento del nuevo Estado nacional para conseguir la modificación sustancial de los pueblos indios que permitiera su inclusión en la, así llamada, sociedad nacional. La enah debería preparar a los antropólogos para ese propósito, que desarrollarían desde el ini. La etnohistoria y la arqueología estarían dedicadas al conocimiento del pasado prehispánico y a demostrar el mestizaje como hilo conductor de la historia mexicana. Pero, además, este esquema estuvo animado por la convicción de que el pasado colonial era parte del presente mexicano: allí estaban los pueblos indios. Para que ese pasado dejase de ser realidad había la necesidad de eliminarlo no sólo por degradante, sino por ser un estorbo para lograr la plenitud de la nación mexicana.
Gonzalo Aguirre Beltrán, sucedáneo de Caso, con la claridad característica de su pensamiento, escribió:
La evolución de México está determinada, en gran medida, por un pasado colonial que pone frente a frente a pueblos étnicos -los procedentes de la civilización occidental y los originarios de las altas culturas mesoamericanas- con desniveles muy pronunciados en cuanto a sus modos de producción: capitalistas los invasores, precapitalistas los invadidos sujetos a explotación. El desarrollo del país es desigual y en las regiones interculturales de refugio aún persisten formas coloniales de dominio que ni la revolución para la independencia, ni la Reforma, ni la popular de 1910 han podido eliminar: ello no obstante la redistribución agraria, el esparcimiento de la escolaridad rural y el progreso de los medios de información masiva. Los intereses locales que detenta la población ladina, económica y técnicamente más avanzada, están sostenidos por aparatos políticos regionales fuertemente estructurados, con un gran peso en la toma de decisiones a nivel estatal. Cuando el ini tiene en sus manos la implementación de la acción-investigación integral, en entidades como Chiapas, Hidalgo, Guerrero y otros más, sostiene enfrentamientos y graves contradicciones con gobernantes locales que contemplan las actividades realizadas entre los indígenas como disolventes. ¡Levantar a los indios -dicen los comarcanos "de razón"- es peligroso para la seguridad pública.2
He citado este párrafo por su importancia para entender la concepción nacionalista -y las características de ese nacionalismo- desde la que fue formulada la política indigenista. En ella se establece que los pueblos indios son remanentes coloniales, protagonistas de un desarrollo desigual en beneficio de estructuras políticas locales que usan para ello la superioridad económica y tecnológica que poseen. Así se daña el camino hacia un desarrollo igualitario con perspectiva nacional y se acrecienta el poder de los cacicazgos locales en serio detrimento de la unidad nacional. Como el atraso que los pueblos indios están sustentando en un "ambiente colonial" del que forman parte sus estructuras sociales, políticas y económicas, así como su cultura, el remedio en términos del interés nacional es transformar a los indios en una "población nacional", parte integral de la sociedad mayoritaria que forma México. Ese "ambiente colonial" característico de los pueblos indios es el resultado de tres siglos de régimen colonialista, tiempo suficiente para la creación de estructuras sociales y culturales que desaparecieron -según el planteamiento de Aguirre Beltrán- a las antiguas civilizaciones (como lo demuestra la arqueología, diría Caso) originales y dieron lugar a una categoría nueva, surgida de la relación colonial: los indios. Es contra esta categoría que pelea el indigenismo del Estado mexicano diseñado por los antropólogos. De nuevo, cito a Gonzalo Aguirre Beltrán:
Si algún indio rompió más tajantemente con su afiliación al grupo local, con las ideas, valores y prácticas de su comunidad de origen, ese indio fue Juárez, que puso todos sus esfuerzos, y el peso de su esclarecida inteligencia, al lado de los intereses nacionales; no ciertamente de los parroquiales. Juárez defendió la posición de la sociedad nacional respecto al trato que se debía dar a los grupos de población que no participaban plenamente en la vida nacional; no se puso del lado de las comunidades parroquiales, en una de las cuales había tenido membresía, para defender sus formas de vida tradicionales.
Renglones antes, Aguirre Beltrán advierte que "...es conveniente hacer notar que el indio Juárez [...] fue el procurador más eminente de una política que, en su época, representaba el pensamiento político más avanzado del mundo".3
Este párrafo es significativo no sólo por lo que dice, sino por el lugar y la fecha cuando se dijo: la cuna de Benito Juárez y en el Día Internacional del Indio. Está claro que el indigenismo en México nunca fue un planteamiento surgido de la mala fe hacia los pueblos indios, sino un resultado de la historia mexicana, del origen colonial de la nación. El propio Guillermo Bonfil, quien fue el crítico más lúcido del indigenismo, aceptó que indio es una categoría de la situación colonial.4 Sólo que a diferencia de Gonzalo Aguirre Beltrán, Bonfil no reconoció el proceso de mestizaje en los pueblos indios actuales; pensaba que en México aún vivían las antiguas civilizaciones mesoamericanas. Dejemos que el propio Bonfil nos lo explique:
El indio es producto de la instauración del régimen colonial. Antes de la invasión no había indios, sino pueblos particularmente identificados. La sociedad colonial, en cambio, descansó en una división tajante que oponía y distinguía dos polos irreductibles: los Españoles (colonizadores) y los Indios (colonizados). En ese esquema, las particularidades de cada uno de los pueblos sometidos pasan a un segundo término y pierden significación, porque la única distinción fundamental es la que se hace de todos ellos "los otros", es decir, los no españoles.5
La sociedad formada durante el régimen colonial estableció la dualidad entre "ellos" (los indios) y "nosotros" (los españoles), traducida en la actualidad en la contradictoria dicotomía indio/ladino, tan enraizada en entidades como Chiapas. La formación de la sociedad colonial se hizo compleja con el mestizaje y la llegada de africanos y afroantillanos. El México profundo del que habla Bonfil (cuya "capacidad de utopía" solía envidiar Gonzalo Aguirre Beltrán, según él mismo lo reconocía) es la civilización negada que sobrevivió en las comunidades indígenas y se sobrepuso al exterminio de sus intelectuales y sus líderes políticos y religiosos. Aquí una importante diferencia con el planteamiento de Aguirre Beltrán. En efecto, para éste el indio sobrevivió como categoría colonial, mestizado, transformado, y no como conjunto civilizatorio. Según los indigenistas, la Revolución mexicana de 1910 abrió la posibilidad de desaparecer al indio transformándolo en ciudadano completo de México. En la crítica formulada por Guillermo Bonfil se reconoce la existencia de una civilización, la mesoamericana, que como tal sobrevivió al régimen colonial, y es portadora de su propio proyecto, no está dispuesta a diluirse en el mestizaje y ha sido sistemáticamente negada por el "México epidérmico". En el planteamiento de Bonfil no sólo es posible, sino necesario, el renacimiento de la civilización mesoamericana, reconstruida a partir de las comunidades indígenas actuales, y su incorporación total a la sociedad mexicana que debe asumir su pluralidad civilizatoria. Me parece que existe una noción equivocada en este planteamiento que hace descansar el dilema de México en una supuesta confrontación entre Occidente y Mesoamérica. Después de trescientos años de régimen colonial y de un poco más de quinientos años de mestizaje, me parece más certera la visión de Aguirre Beltrán expresada en su crítica al México profundo. Dice:
No hay detención en el proceso de cambio, ni posibilidad de que el mestizo, indio desindianizado, retorne a ser indio; una vez que el proceso se establece necesariamente llega a su fin en la población o partes de la población involucradas y con independencia de que los indios guarecidos en regiones de refugio permanezca sin intervenir, o apenas haciéndolo, en la dinámica del proceso. Contra lo asentado por Bonfil, colocados en el extremo opuesto de su punto de mira, sería posible afirmar que en México no hay indios, porque los así llamados son mestizos hablantes de lenguas vernáculas; todos ellos están heridos por la imposición de una religión extraña, la judeo-cristiana, y por una economía capitalista que, de una manera u otra, imponen entre los indios formas occidentales de vida.6
Y sin embargo, los llamados pueblos indios están presentes y le han planteado un dilema complejo al Estado nacional y al nacionalismo mexicano. Incluso, Luis Villoro en un libro justamente celebrado como clásico, escribió:
...el indigenismo no puede abandonar la tarea de integrar las comunidades indígenas en un sistema social más amplio. El Instituto Indigenista siempre ha sido consciente de que no se puede sacrificar la posibilidad de adelanto de las minorías étnicas a la preservación de su singularidad; y al mismo tiempo, de que nadie tiene el derecho a sacrificar la identidad de un pueblo a un desarrollo impuesto desde afuera. Arduo, difícil, por generoso, es el dilema del indigenismo. Tal vez la síntesis sea imposible de alcanzar en pureza; pero permanece como ideal regulativo de un esfuerzo constante.7
El dilema indigenista es parte de la cultura mexicana, de la historia del país, desde sus albores en el régimen colonial, como lo muestra el ensayo del escritor chiapaneco fray Matías de Córdoba. Quizás es él el primer intelectual criollo en expresar con claridad el planteamiento integracionista.8
Afirmé que el indigenismo mexicano es un resultado de la historia del país. No constituye el único posible en relación con el propio nacionalismo mexicano. Se tornó en diseño de Estado no por ausencia de otras alternativas, sino porque fue percibido como el único posible para apoyar la construcción de la nación. Y ello sucedió así porque el liderazgo en la forja de México como país estuvo acaparado por los criollos que imaginaron un espacio nacional a su imagen y semejanza, como bien nos los demostró Luis Villoro en otro de sus grandes textos.9 En el proceso que llevó a la independencia se localizan los prolegómenos de una manera de pensar el país a la postre convertida en reflexión antropológica de los pueblos indios y al final, en diseño de política práctica del Estado nacional mexicano. El indigenismo es parte del nacionalismo mexicano, ampliamente difundido en América Latina e incluso concretado en una institución continental: el Instituto Indigenista Interamericano, que fijó su sede en la ciudad de México.
El concebir la nación como una comunidad de cultura fue uno de los principales soportes de la teoría integrativa. Quienes no pertenecieran a esa comunidad de cultura mayoritaria tenían que ser inducidos a pertenecer a ella. Los pueblos indios se ajustaban a esa definición toda vez que conservaban su lengua, además de ser conceptualizados como herencia colonial. El pensamiento criollo soslayó el hecho de que los pueblos indios pelearon por la nación en la revolución de independencia al lado de otros sectores de la población regionalmente diversos. La otra historia posible estaba -está- allí: México es una nación no por la vía de la comunidad de cultura, sino por formar una comunidad política contracolonial, hecha de la interrelación de regiones, dentro de un contexto pluricultural. Estoy de acuerdo con Bonfil -que en esto acertó- de que el error fundamental del indigenismo fue el punto de partida: suponer que el indio necesita ser integrado a la nación desde el Estado nacional, haciendo caso omiso de que los pueblos indios han sido parte sustancial de la comunidad política que posibilitó el surgimiento de la nación en México. El nacionalismo mexicano excluyó la variedad de la cultura como integradora de la nación porque vio en ella (y no pocos lo siguen concibiendo así) una fuerza desintegradora, una barrera, para construir la comunidad de cultura como única alternativa para el desarrollo nacional. En forma paradójica, el mismo indigenismo con su insistencia remarcó el pluralismo cultural y auxilió a fortalecer lo que quería debilitar: el sentimiento de indianidad. Hoy es posible demostrar que después de años de aplicación de la política indigenista integrativa no sólo no han disminuido los indios, sino que su población va en aumento.
De nuevo es Aguirre Beltrán quien con meridiana claridad expone las razones históricas asumidas por el indigenismo:
El indigenismo, definido afirmativamente, es a la vez ciencia e ideología. México, en el curso de su formación nacional, atraviesa por aguas tormentosas para integrarse como Estado-Nación, pasa por el caos de luchas intestinas y por la opresión de dictaduras criollas; sufre la pérdida de una porción de su territorialidad y soporta las agresiones de los imperialismos europeo y norteamericano. La amenaza sobre su soberanía está presente en todo momento de su pasado y, previsiblemente, de su devenir. El amago se exacerba en tiempos de crisis, cuando la solidaridad de las clases que componen su población y de las regiones que la constituyen se debilita. Para enfrentar la eventualidad el movimiento social de 1910 configura una ideología revolucionaria que gira en torno al concepto de nacionalismo y de sus derivados, la identidad y la simbología nacionales. El indigenismo es uno de los pilares importantes de este nacionalismo revolucionario que funda nuestros orígenes ancestrales en pueblos étnicos originalmente americanos y nos da coherencia y corporeidad como nación unívoca.10
La localización de otra historia posible que se expresa hoy con elocuencia, pero que fue percibida hace años por el pensamiento crítico, facilita la reformulación del nacionalismo mexicano y el reordenamiento de las relaciones entre Estado y sociedad en México, incluyendo, por supuesto, los pueblos indios. La barrera en la construcción de la nación no es la variedad de la cultura, sino la desigualdad social, que impide la consolidación de la solidaridad nacional. Si México es una comunidad política pluricultural, el espacio nacional debe abrirse a la variedad de la cultura y cerrarse a la desigualdad. El indigenismo con Aguirre Beltrán y el pensamiento crítico con Bonfil coincidieron en que el indio es una categoría de la sociedad colonial y su manifestación contemporánea una prueba de que las herencias coloniales aún no terminan de irse de nuestra historia. En congruencia, coincido en que debe desaparecer el indio como categoría de la situación colonial, pero debe darse paso a los pueblos concretos que forman parte de la comunidad política que es la nación: los mayas, los nahuas, los purépechas, los zoques, los mixtecos, los zapotecos, en suma, los pueblos y sus culturas componentes del país, junto con tantos otros que la variedad regional mexicana contiene, deben ser reconocidos como expresión y resultado de la historia mexicana, en una sociedad abierta a su propia pluralidad. Como lo expresó Ángel Palerm:
Evidentemente, los procesos de "formación nacional" no implican, por necesidad, el aniquilamiento de las "culturas regionales", como parece sostener Aguirre. Si lo que acabo de afirmar es cierto, se desploma por su base la necesidad de una política indigenista de destrucción del indio (por supuesto, me refiero a la destrucción de su identidad espiritual); de una política indigenista secular de asimilación y de aniquilamiento cultural. Todo ello ha sido, y sigue siendo, no sólo cruel, despiadado y atroz, sino además innecesario.11
Es decir: la antropología con sus varias disciplinas ha documentado ampliamente la variedad de la cultura en México, a grado tal que es difícil encontrar un parangón. Sería suficiente mencionar la colección Presencias, editada por el ini, basada en otra serie de memorables repercusiones, Antropología social, en la que están publicados los autores y estudios clásicos de la antropología mexicana. Esta variedad de la cultura está hoy en los primeros planos de importancia de la vida nacional y la antropología está cambiando las formas de análisis de esa realidad. Más aún, algunos años antes de 1994 y precisamente desde Chiapas, se señalaba la importancia decisiva de la irrupción de la pluralidad cultural en la vida de la sociedad mexicana.12 En suma, vivimos la reformulación de la nación y, por supuesto, del nacionalismo como resultado de la manifestación de las historias alternativas contenidas por la complejidad de las relaciones sociales que integran la sociedad mexicana. La cuestión de cómo integrar los pueblos indios -que además es un reclamo de ellos mismos- tiene una doble vertiente: por un lado, es necesario desindianizar a México o, si se prefiere, desterrar las condiciones sociales que han permitido la permanencia y continuidad del indio como una herencia colonial. No es con medidas de segregación como se superará esta herencia colonial, sino con la integración de la nación sobre bases distintas a las que hasta hoy han operado. La integración de la nación está contenida en una comunidad política abierta, tendente a la disolución de las relaciones patrón-cliente de las jerarquías caciquiles, para abrir la participación de todos en los asuntos del país. La pluralidad cultural es una característica realmente existente en México y desde esta perspectiva debe operar la reformulación del nacionalismo mexicano.
Apuntar la importancia de la cuestión regional en nuestros días no es ocioso y desde esa lógica debe concebirse la situación de los pueblos indios. Más todavía, es desde esa mirada la forma de entender mejor quiénes somos los mexicanos y por qué hemos llegado a ser lo que somos. Nacimos de un suceso que bien mirado fue terrible: la cercenación de destinos y culturas y a partir de allí, la redefinición de la sociedad y la cultura. Aquellos castellanos, soldados emergidos de las crisis ibéricas, ávidos de aventura y riqueza, no pensaron que al poner el pie en estas tierras estaban sembrando la semilla de la nación. En estos orígenes está una de nuestras claves: la conquista y el establecimiento del régimen colonial contextualizaron la convergencia política que posibilitó la construcción de México. Las diferencias regionales se fueron configurando conforme las bases culturales locales -muy variadas- se entrelazaban con las imposiciones del orden colonial, entre las principales la religión. De ahí los catolicismos populares que germinaron por todo el territorio nacional. Por eso la cultura nacional está constituida de convergencias regionales, mestizas y diferentes. Por eso también hemos de explorar con lupa nuestros rincones, porque son recipientes de múltiples procesos que al final formaron un todo diferenciado: México.
Si en el siglo xx el paso de lo rural a lo urbano es el eje explicativo de nuestro acontecer, en el próximo tiempo lo será la irrupción de las regiones, incluidos en ellas los pueblos indios. De un país centralizado pasaremos a otro, regionalizado, en donde el sostén de la nación seguirá siendo la comunidad política.
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Notas
1 Gonzalo Aguirre Beltrán, Lenguas vernáculas. Su uso y desuso en la enseñanza: la experiencia de México, Ediciones de la Casa Chata, 20, 1983.
2 Gonzalo Aguirre Beltrán, El pensar y el quehacer antropológico en México, Puebla, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 1994, p. 15.
3 Gonzalo Aguirre Beltrán, Obra polémica, edición de Ángel Palerm, México, fce (1976), 1992, pp. 22 y 23. Se trata del discurso pronunciado por Aguirre Beltrán en su calidad de director del Instituto Indigenista Interamericano, el Día Internacional del Indio, en 1967.
4 Guillermo Bonfil, "El concepto de indio en América. Una categoría de la situación colonial", en Anales de Antropología, vol. IX, México, unam, 1972.
5 Guillermo Bonfil, México profundo, México, sep/ciesas (1987), 1990, p. 122.
6 Gonzalo Aguirre Beltrán, El pensar y el quehacer..., p. 25.
7 Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México, México, El Colegio de México, 1950, p. 129. (Existe otra edición en Ediciones de la Casa Chata, México, 1978.)
8 Es de difícil consulta el ensayo de fray Matías de Córdoba, que he señalado como precursor del pensamiento indigenista. Me refiero a: Utilidades de que todos los indios y ladinos se vistan y calcen a la española, y medios de conseguirlo sin violencia, coacción ni mandato (1797).
9 Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, México, unam (1953), 1967. (Existe una cuarta edición publicada en 1984.) También su excelente ensayo "Las corrientes ideológicas en la época de la independencia" en En México, México, unam, 1963.
10 Gonzalo Aguirre Beltrán, El pensar y el quehacer..., p. 16.
11 Ángel Palerm, "Respuesta", en Anuario Indigenista, México, Instituto Indigenista Interamericano, diciembre de 1970, pp. 305-306.
12 Gabriel Ascencio Franco y Xóchitl Leyva, "Espacio y organización social en la selva lacandona", en Anuario 1990, Tuxtla Gutiérrez, Instituto Chiapaneco de Cultura, 1990, pp. 17-50; Andrés Fábregas Puig, "La plurirregionalidad de la frontera sur", en Universidad de México, vol. xlv, México, unam, 1990, pp. 9-15; J. R. González-Ponciano, "Frontera, ecología y soberanía nacional. La colonización de la franja fronteriza sur de Marqués de Comillas", en Anuario 1990, Tuxtla Gutiérrez, Instituto Chiapaneco de Cultura, 1990, pp. 50-84; Jesús Morales Bermúdez, "El Congreso Indígena de Chiapas: un testimonio", en Anuario 1991, Tuxtla Gutiérrez, Instituto Chiapaneco de Cultura, 1992, pp. 242-270.
Colegio de Jalisco
Hemos construido el país a partir del planteamiento de ser mestizos, portadores de una cultura nacional, en la que se apoya la solidez de la sociedad. Aun los pueblos indios -decía Aguirre Beltrán- son mestizos y portan un mayor número de rasgos mestizados que características de su pasado prehispánico. Con mayor precisión, dicho autor apuntaba que los pueblos indios eran comunidades mestizas hablantes de lenguas vernáculas. Los regímenes de gobierno surgidos de la revolución de 1910 heredaron el planteamiento de que para forjar una nación en el contexto de una sociedad de matriz colonial como la mexicana, era indispensable una política integrativa, homogeneizadora de la población en torno a un proyecto llamado México. Este aspecto es clave para comprender que la política indigenista es un diseño de Estado, puesto en práctica por los gobiernos sucesivos del país en busca de la modificación de las formas de sociedad y de cultura de los pueblos indios, de sus hábitos económicos, para hacerlos congruentes con los patrones del desarrollo concreto de México. Las luchas contracoloniales que han forjado la nación (y el movimiento de 1910 tuvo también su dosis anticolonialista) alimentaron el planteamiento de la necesaria homogeneización del país, e hicieron sinónimos integración y unicidad cultural.
Dadas las características de las disciplinas antropológicas, en ellas encontró el Estado nacional el instrumento para diseñar una acción de Estado hacia los pueblos indios, dentro de los parámetros del nacionalismo mexicano reformulado por el movimiento de 1910.1
Durante la presidencia del general Lázaro Cárdenas surgieron instituciones modeladas por los antropólogos (en su más amplia acepción) para poner en práctica la parte que les tocaba dentro de la política integrativa (de integrar la nación) diseñada por los estadistas de la Revolución mexicana. Esas instituciones son: el Instituto Nacional Indigenista (ini), el Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah, hoy incorporado al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes) y la Escuela Nacional de Antropología e Historia (enah, incorporada al inah). Una figura dominó en aquellos momentos la práctica de la antropología como programa de gobierno para integrar a los pueblos indios: Alfonso Caso, arqueólogo, historiador, etnólogo y político. Asumiendo los parámetros del nacionalismo mexicano reformulado por la revolución, Caso diseñó la antropología como instrumento del nuevo Estado nacional para conseguir la modificación sustancial de los pueblos indios que permitiera su inclusión en la, así llamada, sociedad nacional. La enah debería preparar a los antropólogos para ese propósito, que desarrollarían desde el ini. La etnohistoria y la arqueología estarían dedicadas al conocimiento del pasado prehispánico y a demostrar el mestizaje como hilo conductor de la historia mexicana. Pero, además, este esquema estuvo animado por la convicción de que el pasado colonial era parte del presente mexicano: allí estaban los pueblos indios. Para que ese pasado dejase de ser realidad había la necesidad de eliminarlo no sólo por degradante, sino por ser un estorbo para lograr la plenitud de la nación mexicana.
Gonzalo Aguirre Beltrán, sucedáneo de Caso, con la claridad característica de su pensamiento, escribió:
La evolución de México está determinada, en gran medida, por un pasado colonial que pone frente a frente a pueblos étnicos -los procedentes de la civilización occidental y los originarios de las altas culturas mesoamericanas- con desniveles muy pronunciados en cuanto a sus modos de producción: capitalistas los invasores, precapitalistas los invadidos sujetos a explotación. El desarrollo del país es desigual y en las regiones interculturales de refugio aún persisten formas coloniales de dominio que ni la revolución para la independencia, ni la Reforma, ni la popular de 1910 han podido eliminar: ello no obstante la redistribución agraria, el esparcimiento de la escolaridad rural y el progreso de los medios de información masiva. Los intereses locales que detenta la población ladina, económica y técnicamente más avanzada, están sostenidos por aparatos políticos regionales fuertemente estructurados, con un gran peso en la toma de decisiones a nivel estatal. Cuando el ini tiene en sus manos la implementación de la acción-investigación integral, en entidades como Chiapas, Hidalgo, Guerrero y otros más, sostiene enfrentamientos y graves contradicciones con gobernantes locales que contemplan las actividades realizadas entre los indígenas como disolventes. ¡Levantar a los indios -dicen los comarcanos "de razón"- es peligroso para la seguridad pública.2
He citado este párrafo por su importancia para entender la concepción nacionalista -y las características de ese nacionalismo- desde la que fue formulada la política indigenista. En ella se establece que los pueblos indios son remanentes coloniales, protagonistas de un desarrollo desigual en beneficio de estructuras políticas locales que usan para ello la superioridad económica y tecnológica que poseen. Así se daña el camino hacia un desarrollo igualitario con perspectiva nacional y se acrecienta el poder de los cacicazgos locales en serio detrimento de la unidad nacional. Como el atraso que los pueblos indios están sustentando en un "ambiente colonial" del que forman parte sus estructuras sociales, políticas y económicas, así como su cultura, el remedio en términos del interés nacional es transformar a los indios en una "población nacional", parte integral de la sociedad mayoritaria que forma México. Ese "ambiente colonial" característico de los pueblos indios es el resultado de tres siglos de régimen colonialista, tiempo suficiente para la creación de estructuras sociales y culturales que desaparecieron -según el planteamiento de Aguirre Beltrán- a las antiguas civilizaciones (como lo demuestra la arqueología, diría Caso) originales y dieron lugar a una categoría nueva, surgida de la relación colonial: los indios. Es contra esta categoría que pelea el indigenismo del Estado mexicano diseñado por los antropólogos. De nuevo, cito a Gonzalo Aguirre Beltrán:
Si algún indio rompió más tajantemente con su afiliación al grupo local, con las ideas, valores y prácticas de su comunidad de origen, ese indio fue Juárez, que puso todos sus esfuerzos, y el peso de su esclarecida inteligencia, al lado de los intereses nacionales; no ciertamente de los parroquiales. Juárez defendió la posición de la sociedad nacional respecto al trato que se debía dar a los grupos de población que no participaban plenamente en la vida nacional; no se puso del lado de las comunidades parroquiales, en una de las cuales había tenido membresía, para defender sus formas de vida tradicionales.
Renglones antes, Aguirre Beltrán advierte que "...es conveniente hacer notar que el indio Juárez [...] fue el procurador más eminente de una política que, en su época, representaba el pensamiento político más avanzado del mundo".3
Este párrafo es significativo no sólo por lo que dice, sino por el lugar y la fecha cuando se dijo: la cuna de Benito Juárez y en el Día Internacional del Indio. Está claro que el indigenismo en México nunca fue un planteamiento surgido de la mala fe hacia los pueblos indios, sino un resultado de la historia mexicana, del origen colonial de la nación. El propio Guillermo Bonfil, quien fue el crítico más lúcido del indigenismo, aceptó que indio es una categoría de la situación colonial.4 Sólo que a diferencia de Gonzalo Aguirre Beltrán, Bonfil no reconoció el proceso de mestizaje en los pueblos indios actuales; pensaba que en México aún vivían las antiguas civilizaciones mesoamericanas. Dejemos que el propio Bonfil nos lo explique:
El indio es producto de la instauración del régimen colonial. Antes de la invasión no había indios, sino pueblos particularmente identificados. La sociedad colonial, en cambio, descansó en una división tajante que oponía y distinguía dos polos irreductibles: los Españoles (colonizadores) y los Indios (colonizados). En ese esquema, las particularidades de cada uno de los pueblos sometidos pasan a un segundo término y pierden significación, porque la única distinción fundamental es la que se hace de todos ellos "los otros", es decir, los no españoles.5
La sociedad formada durante el régimen colonial estableció la dualidad entre "ellos" (los indios) y "nosotros" (los españoles), traducida en la actualidad en la contradictoria dicotomía indio/ladino, tan enraizada en entidades como Chiapas. La formación de la sociedad colonial se hizo compleja con el mestizaje y la llegada de africanos y afroantillanos. El México profundo del que habla Bonfil (cuya "capacidad de utopía" solía envidiar Gonzalo Aguirre Beltrán, según él mismo lo reconocía) es la civilización negada que sobrevivió en las comunidades indígenas y se sobrepuso al exterminio de sus intelectuales y sus líderes políticos y religiosos. Aquí una importante diferencia con el planteamiento de Aguirre Beltrán. En efecto, para éste el indio sobrevivió como categoría colonial, mestizado, transformado, y no como conjunto civilizatorio. Según los indigenistas, la Revolución mexicana de 1910 abrió la posibilidad de desaparecer al indio transformándolo en ciudadano completo de México. En la crítica formulada por Guillermo Bonfil se reconoce la existencia de una civilización, la mesoamericana, que como tal sobrevivió al régimen colonial, y es portadora de su propio proyecto, no está dispuesta a diluirse en el mestizaje y ha sido sistemáticamente negada por el "México epidérmico". En el planteamiento de Bonfil no sólo es posible, sino necesario, el renacimiento de la civilización mesoamericana, reconstruida a partir de las comunidades indígenas actuales, y su incorporación total a la sociedad mexicana que debe asumir su pluralidad civilizatoria. Me parece que existe una noción equivocada en este planteamiento que hace descansar el dilema de México en una supuesta confrontación entre Occidente y Mesoamérica. Después de trescientos años de régimen colonial y de un poco más de quinientos años de mestizaje, me parece más certera la visión de Aguirre Beltrán expresada en su crítica al México profundo. Dice:
No hay detención en el proceso de cambio, ni posibilidad de que el mestizo, indio desindianizado, retorne a ser indio; una vez que el proceso se establece necesariamente llega a su fin en la población o partes de la población involucradas y con independencia de que los indios guarecidos en regiones de refugio permanezca sin intervenir, o apenas haciéndolo, en la dinámica del proceso. Contra lo asentado por Bonfil, colocados en el extremo opuesto de su punto de mira, sería posible afirmar que en México no hay indios, porque los así llamados son mestizos hablantes de lenguas vernáculas; todos ellos están heridos por la imposición de una religión extraña, la judeo-cristiana, y por una economía capitalista que, de una manera u otra, imponen entre los indios formas occidentales de vida.6
Y sin embargo, los llamados pueblos indios están presentes y le han planteado un dilema complejo al Estado nacional y al nacionalismo mexicano. Incluso, Luis Villoro en un libro justamente celebrado como clásico, escribió:
...el indigenismo no puede abandonar la tarea de integrar las comunidades indígenas en un sistema social más amplio. El Instituto Indigenista siempre ha sido consciente de que no se puede sacrificar la posibilidad de adelanto de las minorías étnicas a la preservación de su singularidad; y al mismo tiempo, de que nadie tiene el derecho a sacrificar la identidad de un pueblo a un desarrollo impuesto desde afuera. Arduo, difícil, por generoso, es el dilema del indigenismo. Tal vez la síntesis sea imposible de alcanzar en pureza; pero permanece como ideal regulativo de un esfuerzo constante.7
El dilema indigenista es parte de la cultura mexicana, de la historia del país, desde sus albores en el régimen colonial, como lo muestra el ensayo del escritor chiapaneco fray Matías de Córdoba. Quizás es él el primer intelectual criollo en expresar con claridad el planteamiento integracionista.8
Afirmé que el indigenismo mexicano es un resultado de la historia del país. No constituye el único posible en relación con el propio nacionalismo mexicano. Se tornó en diseño de Estado no por ausencia de otras alternativas, sino porque fue percibido como el único posible para apoyar la construcción de la nación. Y ello sucedió así porque el liderazgo en la forja de México como país estuvo acaparado por los criollos que imaginaron un espacio nacional a su imagen y semejanza, como bien nos los demostró Luis Villoro en otro de sus grandes textos.9 En el proceso que llevó a la independencia se localizan los prolegómenos de una manera de pensar el país a la postre convertida en reflexión antropológica de los pueblos indios y al final, en diseño de política práctica del Estado nacional mexicano. El indigenismo es parte del nacionalismo mexicano, ampliamente difundido en América Latina e incluso concretado en una institución continental: el Instituto Indigenista Interamericano, que fijó su sede en la ciudad de México.
El concebir la nación como una comunidad de cultura fue uno de los principales soportes de la teoría integrativa. Quienes no pertenecieran a esa comunidad de cultura mayoritaria tenían que ser inducidos a pertenecer a ella. Los pueblos indios se ajustaban a esa definición toda vez que conservaban su lengua, además de ser conceptualizados como herencia colonial. El pensamiento criollo soslayó el hecho de que los pueblos indios pelearon por la nación en la revolución de independencia al lado de otros sectores de la población regionalmente diversos. La otra historia posible estaba -está- allí: México es una nación no por la vía de la comunidad de cultura, sino por formar una comunidad política contracolonial, hecha de la interrelación de regiones, dentro de un contexto pluricultural. Estoy de acuerdo con Bonfil -que en esto acertó- de que el error fundamental del indigenismo fue el punto de partida: suponer que el indio necesita ser integrado a la nación desde el Estado nacional, haciendo caso omiso de que los pueblos indios han sido parte sustancial de la comunidad política que posibilitó el surgimiento de la nación en México. El nacionalismo mexicano excluyó la variedad de la cultura como integradora de la nación porque vio en ella (y no pocos lo siguen concibiendo así) una fuerza desintegradora, una barrera, para construir la comunidad de cultura como única alternativa para el desarrollo nacional. En forma paradójica, el mismo indigenismo con su insistencia remarcó el pluralismo cultural y auxilió a fortalecer lo que quería debilitar: el sentimiento de indianidad. Hoy es posible demostrar que después de años de aplicación de la política indigenista integrativa no sólo no han disminuido los indios, sino que su población va en aumento.
De nuevo es Aguirre Beltrán quien con meridiana claridad expone las razones históricas asumidas por el indigenismo:
El indigenismo, definido afirmativamente, es a la vez ciencia e ideología. México, en el curso de su formación nacional, atraviesa por aguas tormentosas para integrarse como Estado-Nación, pasa por el caos de luchas intestinas y por la opresión de dictaduras criollas; sufre la pérdida de una porción de su territorialidad y soporta las agresiones de los imperialismos europeo y norteamericano. La amenaza sobre su soberanía está presente en todo momento de su pasado y, previsiblemente, de su devenir. El amago se exacerba en tiempos de crisis, cuando la solidaridad de las clases que componen su población y de las regiones que la constituyen se debilita. Para enfrentar la eventualidad el movimiento social de 1910 configura una ideología revolucionaria que gira en torno al concepto de nacionalismo y de sus derivados, la identidad y la simbología nacionales. El indigenismo es uno de los pilares importantes de este nacionalismo revolucionario que funda nuestros orígenes ancestrales en pueblos étnicos originalmente americanos y nos da coherencia y corporeidad como nación unívoca.10
La localización de otra historia posible que se expresa hoy con elocuencia, pero que fue percibida hace años por el pensamiento crítico, facilita la reformulación del nacionalismo mexicano y el reordenamiento de las relaciones entre Estado y sociedad en México, incluyendo, por supuesto, los pueblos indios. La barrera en la construcción de la nación no es la variedad de la cultura, sino la desigualdad social, que impide la consolidación de la solidaridad nacional. Si México es una comunidad política pluricultural, el espacio nacional debe abrirse a la variedad de la cultura y cerrarse a la desigualdad. El indigenismo con Aguirre Beltrán y el pensamiento crítico con Bonfil coincidieron en que el indio es una categoría de la sociedad colonial y su manifestación contemporánea una prueba de que las herencias coloniales aún no terminan de irse de nuestra historia. En congruencia, coincido en que debe desaparecer el indio como categoría de la situación colonial, pero debe darse paso a los pueblos concretos que forman parte de la comunidad política que es la nación: los mayas, los nahuas, los purépechas, los zoques, los mixtecos, los zapotecos, en suma, los pueblos y sus culturas componentes del país, junto con tantos otros que la variedad regional mexicana contiene, deben ser reconocidos como expresión y resultado de la historia mexicana, en una sociedad abierta a su propia pluralidad. Como lo expresó Ángel Palerm:
Evidentemente, los procesos de "formación nacional" no implican, por necesidad, el aniquilamiento de las "culturas regionales", como parece sostener Aguirre. Si lo que acabo de afirmar es cierto, se desploma por su base la necesidad de una política indigenista de destrucción del indio (por supuesto, me refiero a la destrucción de su identidad espiritual); de una política indigenista secular de asimilación y de aniquilamiento cultural. Todo ello ha sido, y sigue siendo, no sólo cruel, despiadado y atroz, sino además innecesario.11
Es decir: la antropología con sus varias disciplinas ha documentado ampliamente la variedad de la cultura en México, a grado tal que es difícil encontrar un parangón. Sería suficiente mencionar la colección Presencias, editada por el ini, basada en otra serie de memorables repercusiones, Antropología social, en la que están publicados los autores y estudios clásicos de la antropología mexicana. Esta variedad de la cultura está hoy en los primeros planos de importancia de la vida nacional y la antropología está cambiando las formas de análisis de esa realidad. Más aún, algunos años antes de 1994 y precisamente desde Chiapas, se señalaba la importancia decisiva de la irrupción de la pluralidad cultural en la vida de la sociedad mexicana.12 En suma, vivimos la reformulación de la nación y, por supuesto, del nacionalismo como resultado de la manifestación de las historias alternativas contenidas por la complejidad de las relaciones sociales que integran la sociedad mexicana. La cuestión de cómo integrar los pueblos indios -que además es un reclamo de ellos mismos- tiene una doble vertiente: por un lado, es necesario desindianizar a México o, si se prefiere, desterrar las condiciones sociales que han permitido la permanencia y continuidad del indio como una herencia colonial. No es con medidas de segregación como se superará esta herencia colonial, sino con la integración de la nación sobre bases distintas a las que hasta hoy han operado. La integración de la nación está contenida en una comunidad política abierta, tendente a la disolución de las relaciones patrón-cliente de las jerarquías caciquiles, para abrir la participación de todos en los asuntos del país. La pluralidad cultural es una característica realmente existente en México y desde esta perspectiva debe operar la reformulación del nacionalismo mexicano.
Apuntar la importancia de la cuestión regional en nuestros días no es ocioso y desde esa lógica debe concebirse la situación de los pueblos indios. Más todavía, es desde esa mirada la forma de entender mejor quiénes somos los mexicanos y por qué hemos llegado a ser lo que somos. Nacimos de un suceso que bien mirado fue terrible: la cercenación de destinos y culturas y a partir de allí, la redefinición de la sociedad y la cultura. Aquellos castellanos, soldados emergidos de las crisis ibéricas, ávidos de aventura y riqueza, no pensaron que al poner el pie en estas tierras estaban sembrando la semilla de la nación. En estos orígenes está una de nuestras claves: la conquista y el establecimiento del régimen colonial contextualizaron la convergencia política que posibilitó la construcción de México. Las diferencias regionales se fueron configurando conforme las bases culturales locales -muy variadas- se entrelazaban con las imposiciones del orden colonial, entre las principales la religión. De ahí los catolicismos populares que germinaron por todo el territorio nacional. Por eso la cultura nacional está constituida de convergencias regionales, mestizas y diferentes. Por eso también hemos de explorar con lupa nuestros rincones, porque son recipientes de múltiples procesos que al final formaron un todo diferenciado: México.
Si en el siglo xx el paso de lo rural a lo urbano es el eje explicativo de nuestro acontecer, en el próximo tiempo lo será la irrupción de las regiones, incluidos en ellas los pueblos indios. De un país centralizado pasaremos a otro, regionalizado, en donde el sostén de la nación seguirá siendo la comunidad política.
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Notas
1 Gonzalo Aguirre Beltrán, Lenguas vernáculas. Su uso y desuso en la enseñanza: la experiencia de México, Ediciones de la Casa Chata, 20, 1983.
2 Gonzalo Aguirre Beltrán, El pensar y el quehacer antropológico en México, Puebla, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 1994, p. 15.
3 Gonzalo Aguirre Beltrán, Obra polémica, edición de Ángel Palerm, México, fce (1976), 1992, pp. 22 y 23. Se trata del discurso pronunciado por Aguirre Beltrán en su calidad de director del Instituto Indigenista Interamericano, el Día Internacional del Indio, en 1967.
4 Guillermo Bonfil, "El concepto de indio en América. Una categoría de la situación colonial", en Anales de Antropología, vol. IX, México, unam, 1972.
5 Guillermo Bonfil, México profundo, México, sep/ciesas (1987), 1990, p. 122.
6 Gonzalo Aguirre Beltrán, El pensar y el quehacer..., p. 25.
7 Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México, México, El Colegio de México, 1950, p. 129. (Existe otra edición en Ediciones de la Casa Chata, México, 1978.)
8 Es de difícil consulta el ensayo de fray Matías de Córdoba, que he señalado como precursor del pensamiento indigenista. Me refiero a: Utilidades de que todos los indios y ladinos se vistan y calcen a la española, y medios de conseguirlo sin violencia, coacción ni mandato (1797).
9 Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, México, unam (1953), 1967. (Existe una cuarta edición publicada en 1984.) También su excelente ensayo "Las corrientes ideológicas en la época de la independencia" en En México, México, unam, 1963.
10 Gonzalo Aguirre Beltrán, El pensar y el quehacer..., p. 16.
11 Ángel Palerm, "Respuesta", en Anuario Indigenista, México, Instituto Indigenista Interamericano, diciembre de 1970, pp. 305-306.
12 Gabriel Ascencio Franco y Xóchitl Leyva, "Espacio y organización social en la selva lacandona", en Anuario 1990, Tuxtla Gutiérrez, Instituto Chiapaneco de Cultura, 1990, pp. 17-50; Andrés Fábregas Puig, "La plurirregionalidad de la frontera sur", en Universidad de México, vol. xlv, México, unam, 1990, pp. 9-15; J. R. González-Ponciano, "Frontera, ecología y soberanía nacional. La colonización de la franja fronteriza sur de Marqués de Comillas", en Anuario 1990, Tuxtla Gutiérrez, Instituto Chiapaneco de Cultura, 1990, pp. 50-84; Jesús Morales Bermúdez, "El Congreso Indígena de Chiapas: un testimonio", en Anuario 1991, Tuxtla Gutiérrez, Instituto Chiapaneco de Cultura, 1992, pp. 242-270.
Fotografía: "Fuereños" (Agustín Casasola 1910)
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